qué importa si soy hipersensible, si como tallarines hasta reventar, si me enamoré de un pelirojo, si el cielo lila me hace enloquecer, y si prefiero hablar con mi perro antes que con dios?

corta*venas


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jueves, noviembre 29, 2007

Y todo gracias al portazo…

Creo que he comenzado a sentirme algo neurótica, o más bien he encontrado características mías dentro de la novela familiar del neurótico, y aunque supongo que es algo completamente lógico, no deja de impresionarme. Es como cuando sabes que las zapatillas te quedan grandes pero te haces la tonta y las usas, hasta que alguien viene y te dice “¿hey te quedan grandes las zapatillas?” y ahí es cuando te sientes una perfecta o perfecto imbécil por no asumirlo antes y aun así usarlas igual. Que difícil resulta asimilar ciertas cosas, o mejor dicho, el como una serie de situaciones son las que desencadenan las más fuertes decisiones de nuestras vidas. De hecho nunca había relacionado los portazos que doy cuando me enojo con mi vieja con el hecho de que fuera algo tan “necesario” para proyectarnos con nuestra familia en potencia, con la familia que nosotros queremos formar, con la familia que esta vez si se nos permitirá escoger y definir. Tan fundamentales como productivas pueden llegar a ser las diferencias con los padres, el defraudarse de ellos e incluso querer que desaparezcan. La crítica a nuestros padres es algo frecuente, algo con lo cual convivimos, lo discutimos o lo pensamos, pero sin duda es algo que se encuentra completamente presente. El pasto del vecino siempre es más verde y la mamá de mi mejor amiga siempre es más buena onda, le da más permisos, es más comprensiva, no la llama al celular cada 30 segundos para saber que esta haciendo y más encima es regia, entonces que más podemos querer, que nuestra madre se haga humo ojalá y que las “injusticias” que debemos soportar se terminen. Este tipo de decepción que uno siente para/con los padres es algo que se presenta digámoslo así en una “segunda etapa”, puesto que la primera es cuando consideramos que son inigualables, superhéroes, hermosos y los mejores. Después se presenta la segunda etapa a la cual nos referimos, en donde son protagonistas los errores que consideramos que cometen los padres con nosotros, o con los demás, las malas decisiones que toman, y poco a poco nos hacemos conscientes de sus equivocaciones. Ahora le tomo el peso al portazo, realmente. En cuanto a las relaciones interpersonales que tenemos con nuestros padres, no puedo dejar de recordar la película “A los trece”, primero porque es una de las pocas que no se ríe de las situaciones que se generan en la pubertad y adolescencia, y que mas bien muestra el trasfondo de muchas de ellas. Primero una madre que se cree amiga de la hija, que se siente cercana, pero que comete ciertos errores claves, como lo es pololear con un tipo bueno para nada, drogadicto y golpeador, sin importarle de que modo pueda esto afectarle a su hija de 13 años, quien se encuentra en plena crisis treceañera transición “edad del pavo-creerse pilla”. Esta hija empieza a percatarse de los diversos errores que comete esta madre, la encuentra mantentiendo relaciones sexuales con el novio, o incluso ve al novio de la madre drogándose en el baño, cosas que para la hija son bastante significativas para su formación por decirlo menos. Además la hija comienza a juntarse con otras personas, empieza un poco a descubrir este nuevo mundo que se le presenta, quiere ser mas sexy, más llamativa para el sexo opuesto, quiere sentirse deseada por el otro. Por esto fija una separación de la madre, la aleja de su vida, cierra la puerta, la critica, la considera por supuesto “una muy mala madre”. Además de la presencia de esta madre que intenta ser amiga, se encuentra el padre que en verdad ni siquiera se encuentra, puesto que no presenta ningún mayor interés en su hija, ni en las cosas que hace. La hija por su parte responde con cortes y automutilaciones, se involucra sexualmente con diversos personajes, bebe mucho y además consume drogas, no le teme ya al dolor, demostrándolo con perforaciones como piercing, con lo cual alarde de “no tenerle miedo al dolor”. La hija ha dejado atrás ya toda relación cercana con su madre, no quiere que la madre la trate como la trataba antes, como “niñita”, quiere sentirse grande, quiere sentirse independiente, no necesitar su dinero ni mucho menos su cariño, puesto que desprecia cada cosa que la madre hace. Lo fuerte y decidido que se muestra este cambio en la hija es lo suficientemente poderoso como para que la madre quiera incluso mandarla a vivir con el padre, pero este padre no presente se niega a recibirla, como siempre lo ha hecho. Volviendo a la novela familiar del neurótico, y de cómo es frecuente querer reemplazar a los padres por unos que sean ciertamente mejores que los que poseemos, deviene una tercera etapa, en la cual al “sustituir” a los padres por otros, se comienzan a evocar rasgos de los verdaderos padres, los que engrandecen claramente a los padres reales, les asigna el carácter de importancia, lo valiosos que son para nosotros y lo irremplazables que pueden tornarse. Retomando “A los trece” bien al final de la película, vemos como la madre arrepentida un poco de tanta equivocación consigue poner en primer lugar a la hija y no al novio, y con ello consigue también alejarla de las cosas “malignas” por así decirlo que afectan en gran medida a esta niña. Además la madre toma un poco las riendas de la situación desde el momento en que decide ayudar a su hija y ayudarse a si misma, en el momento en que la abraza y le dice que saldrán de esta juntas, es en ese instante cuando encontramos la etapa de valoración de los padres, puesto que al final no podemos negar lo incomparables que se vuelven en aquella etapa formativa, decisiva, irrepetible, en la cual logramos la identificación con una vida más bien “propia”, más individual, o en la que se quiere estar situado al mundo independientemente, redundantemente sin dependencias. El despego de los hijos en cuanto a los padres es un proceso difícil tanto en lo emocional como en cosas más banales como lavar la ropa. Es muy común ver como los padres chantajean a los hijos para que no se vayan de la casa, o contrariamente, también se torna muy normal ver a personas de 40 años aun muy felices viviendo en casa de sus progenitores. Ciertamente que es algo complicado y doloroso, tanto para los padres como para los hijos, las necesidades afectivas y sociales se ven afectadas, pero por sobretodo se vuelve imprescindible crear esta separación, destruir para construir vendría siendo el lema…

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